28.11.06

Preparando el entierro y la vela


Este blog, o al menos el tema que le dio vida, está en sus últimos aleteos y se hace inminente llegar a algunas conclusiones.

Este surgió en un principio para esbozar ideas en torno a un trabajo relacionado con la materialización de un proyecto artístico y lograr así recopilar comentarios u opiniones de personas, que no necesariamente están relacionadas con ese ámbito. En este sentido, esta valiosa herramienta de retroalimentación no dio los resultados esperados, por razones de las cuales no se tiene certeza, pero sobre las que se especula a continuación.

La primera es, que el tema por sí mismo resulte aburrido. Quizás quien escribe no tenga la suficiente elocuencia para lograr que sus lectores se interesen en algo en lo cual no manejan las herramientas para entenderlo y por lo tanto, adolezca de la capacidad de ponerlos en contexto. Al leer otros blogs orientados a temas específicos como mercadeo o programación y hasta de actividades ociosas como los juegos de video y automóviles, es inevitable revisarlos someramente y dejarlos en el olvido, si no se cuenta con un interés particular sobre esa materia.

La segunda es que por el contrario, el tema parezca atractivo, pero hay temor por parte del lector a dejar patente un comentario que pudiera ser errado. Es común escuchar “yo de arte no sé nada”, como una forma de justificar la opinión contraria hacia una pieza artística que no gusta o no se entiende. El arte, que desde muchos siglos atrás se ha caracterizado por su elitismo, no parece terminar de dar el salto hacia uno de sus principales objetivos, es decir, comunicar.

Por tal razón, este documento fue metamorfoseando su esencia y fue dejado más a la libre, intercalando de vez en cuando temas de cultura popular, aficiones del autor y hasta reseñas de tipo autobiográfico, estas últimas, las de mayor popularidad.

Ahora bien, aunque el propósito en un principio planteado, no llegó a cumplirse con los resultados esperados, “descubrió” (así entre comillas bañadas de agua tibia) todo un universo de jerarquías, comportamientos y perfiles propios de una pequeña y doméstica comunidad cibernética, que de alguna forma comparte la forma en que se aborda una propuesta plástica.

El blog es un espacio ególatra. A diferencia de lugares más relajados como los chats donde se conversa sólo por ratos y donde la identidad es variable, o los foros donde se comparte terreno con otros en igualdad de condiciones, el blog proporciona protagonismo. Se tiene la potestad de elegir los temas, los que ingresan a la página pueden ser moderados por el propio autor y la censura sólo conoce sus límites. Es tal vez por esa razón, que en la bitácora de TicoBlogs.com, los de tipo personal, semejantes a un “querido diario”, aplasten sin compasión a las demás categorías.

Cuando se observan los temas y proyectos de los demás compañeros de quinto año, se esboza un fenómeno parecido. Excluyendo a los de Artes Gráficas, quienes deben hacer una investigación acerca de un proyecto real y aplicable a un nivel profesional, todos los demás énfasis se limitan a la narración en primera persona y la opinión subjetiva sobre algún particular. Por tal razón, pululan los cuestionamientos existenciales y las interpretaciones libres (entiéndase de dudoso respaldo teórico) a escenas o vivencias de tipo cotidiano.

Lo anterior no es del todo errado y por el contrario, es totalmente válido. El arte posee la ventaja de abordar los temas más diversos con la posibilidad de hacerlo desde las perspectivas más inusuales, a veces con una serie de licencias vedadas para otras disciplinas. Sin embargo, el usar recurrentemente este tipo de forma “personal” incurre en el facilismo de reproducir estereotipos o lugares comunes. Aún así, la fórmula de lo autobiográfico es tentadora. Tal como se ve en los blogs de esta línea, significa echar mano de un pase seguro a la aceptación del público, ya que la forma coloquial con la que se cuenta una historia o vivencia común a los demás, parece generar harta empatía. En el caso de las propuestas plásticas, habría que evaluar si el relatar únicamente desde la propia experiencia, efectivamente se traduce en contundente aprobación.

Hay por otro lado, un deseo tácito de figurar. Ese particular “ego de los blogs” de alguna manera plantea sus vivencias en tono de descubrimiento. Cada nueva entrada tiene como primer propósito compartir lo que se opina, pero se infiere con cierta frecuencia un impulso de “iluminar” al posible lector con el hallazgo o explicación de un acontecimiento, dentro su contexto específico.

De cualquier forma, ya sea en un blog o en un trabajo artístico, parece resultar más seguro el limitarse a hablar de sí mismo y no trascender nunca esa frontera hacia un interés por “los otros”.

Aunque los resultados de ambos son completamente diferentes en forma y se rigen por reglas distintas, no se puede ser indiferente a motivaciones tan similares, que parecen ser la norma cuando se desea comunicar efectivamente, mejor aún, desde la auto complacencia y con beneplácito del público.


















18.11.06

Mr. T y yo



Ciertamente había olvidado lo que era odiar a un profesor. Salí del colegio hace mucho más de 10 años. Recuerdo horrendos despotriques allá en mis años mozos en el bonito técnico de Sabana Sur, contra el padre negro, católico y profesor de religión. Forrado en tantas cadenas de oro que hasta tapaban el collarín blanco de su sotana, su retorcido sentido de la moda dictaba usar unas riendas similares en cantidad para envolver sus muñecas. A tono con lo anterior, un brillante y gigantesco reloj dorado y unos cuantos anillos “tipo graduación”, complementaban su sacro atuendo.

La clase de religión siempre comenzaba con alguna oración. Todos de pie, primero escuchábamos una lectura bíblica y al terminar, inmediatamente la sucedíamos con un Padre Nuestro. Una lección de tantas, tomé sitio justo al frente del muy barroco Mr. T. Este leía el “salmo de los impíos” con esa vehemencia medio artificial que tienen los curas cuando dictan misa. Como quien oye llover y completamente absorta en todo tipo de pensamientos ajenos a la religión y la temperatura promedio en el infierno, sentí por la entonación del padre que estaba próximo a terminar su retahíla. Volví mi cabeza hacia él y nuestras miradas se cruzaron, al tiempo que recitaba la última frase del salmo:

-“¡y los impíos morirán!”-

Justo en ese momento el viejo maldito desgraciado, cerraba su Biblia y en un extraño impulso, me propinaba un golpe con ella en la cabeza.

Atónita y algo humillada, me di cuenta que nadie pareció percatarse de aquel bizarro incidente, e inmediatamente todos comenzaron a rezar el Padre Nuestro con absoluta naturalidad. El “así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden…” perdía total y completo sentido para mí.

Ya en años universitarios, hace unos días tuvo lugar la presentación de proyectos de quinto año. Aquello fue una escena digna de recordar. La primera compañera evaluada salió gesticulando y jalándose los pelos, el segundo, un poco confundido por preguntas técnicas propias de una especialidad ajena a él, supongo formuladas adrede para que no supiera responder. Tal parece que una reencarnación de Mr. T, se había colado en la calificación y empezó a repartir bibliazos a diestra y siniestra.

Esta vez el agresor no usaba costosas cadenas de oro, pero sí trataba de exhibir el equivalente académico de la ostentación: inaceptable soberbia y una peligrosa subestimación al prójimo.

Luego fue mi turno.

-“Sí, verdad, tiene razón. Es curioso que a nadie más se le haya ocurrido antes”,- me dijo la jueza luego de explicar la pieza relativa a género, religión y sexualidad (en realidad ni siquiera me lo dijo a mí, se lo dijo a otro profesor que estaba sentado un poco más atrás).

En ese cuestionable elogio, fueron esbozados los primeros amagos de pisotear mi dignidad. Luego de unas cuantas discrepancias de percepción, como es natural en cualquier calificación de quinto año que involucre ropa, religión y prácticas mágicas, la jueza dio rienda suelta al antropólogo que todos llevan dentro y lanzó sus conclusiones teóricas de dudosa referencia bibliográfica.

Fue curioso ver rejuvenecidos aquellos odios colegiales, reservados para momentos en que se tiene la certeza de estar siendo emocionalmente vapuleado por un docente, pero saberse impotente para exponer una defensa efectiva cuando lo agarran desprevenido. Más que mostrar alegría por salir airoso de aquel implacable ataque de serrucho y segueta, la primera reacción del evaluado era verse la ropa, olerse los sobacos o mirarse los dientes en el espejo a ver si algún frijol del gallo pinto le quedó pegado en la sonrisa. Ninguno de nosotros, teníamos idea del porqué nos estaban tratando como si hubiéramos presentado una nigüenta o una lapa de llanta para la exposición.

El arte (como la religión) está colmado de afirmaciones y criterios subjetivos. Cada quien, según su formación y experiencia, ejerce el derecho a emitir un juicio si así se lo piden. Sin embargo, al igual que con aquel golpe sorpresivo de Biblia a mi incipiente agnóstica cabeza, nunca deja de desagradar el ser violentado con instrumentos en los que no se cree del todo, pero por su carácter sagrado, maltratan la autoestima y el intelecto de quienes se someten a su medición. El tener un profesor aparentemente inquisitivo cuyo único objetivo es reafirmar su jerarquía y convencerse de una preconcebida mediocridad de sus estudiantes, es tan cuestionable y contradictorio como un sacerdote que olvida sus votos de pobreza y cae en la tentación de envolverse en refulgentes cadenas de oro.















9.11.06

¡Qué´s la vara con los Mejitos!



Hace unos días llegaron los textos que acompañarán al catálogo de quintos años para la próxima exposición. No estaban del todo mal, pero sí un poco crudos, carentes de unidad de estilo, en fin, piden a gritos un filólogo.

Luego de recibir un correo electrónico relativo a la inauguración y a las bebidas y bocadillos que se va a ofrecer ese día, se me ocurre ingenuamente pensar que a alguien más en esa escuela tan libre, creativa y espontánea le va a importar que el catálogo tenga defectos de contenido y forma. Así pues, Lachi en su respuesta a tal correo, comete el pecado de relegar a un segundo plano la organización, calidad y fineza de los alimentos que se van a hartar los mismos cuatro gatos que siempre van a las inauguraciones y propone optar por algo más modesto. Luego osa exhortar a sus colegas a revisar el documento que respalda la exposición, única prueba con algún tipo de permanencia e importancia a futuro.

No sé si es que a mí me falta roce social, que a pesar de haber ascendido unos tantos en la escala académica y laboral, mis raíces Sansebastieneñas y el haber ido recientemente a Ojo de Agua sin sentir remordimientos, se me salen a borbotones.

Sin embargo, pienso que las respuestas que recibí son totalmente desproporcionadas. Todas apuntaban a señalar que la revisión de los textos por parte de un filólogo era algo deseable pero imposible por lo apremiante del tiempo, opinión en la que concuerdo. Aún así, llamó mi atención el que esto fuera considerado como un problema menor sin mayor impacto o importancia. En contraste, el tema de la comida resultaba ser algo imposible de dejar al azar ya que peligrosamente comprometía nuestra imagen como profesionales. Alguien incluso comentó que "estamos en la era de los expertos" (ojo cuánta solemnidad a la hora de referirse a una bandeja de empanadas de piña) y por tal razón, nos exponíamos al desastre.

Además, no faltó quien me insinuara que soy una gran limpia.

Lo admito, me traicionó mi profesión de comerciante, la cual ha desarrollado mi capacidad de convertir el atún y los mejitos en finas viandas, todo en virtud de minimizar gastos. Mis conocimientos mercadotécnicos empíricos me han enseñado que contratar a doña catering significa pagar por la misma mortadela del Mas X Menos, pero arrollada en forma de flor de loto y servida por un pachuco sudoroso en corbatín, un sobreprecio. Su única ventaja es el ahorro de tiempo y el aparentar estatus, esto último inútil para una exposición estudiantil de rango menor que sólo es visitada en su inauguración por los familiares de cada artista.

A menos que Tía Florita sea la homenajeada de la exposición, me preocupa más el poseer un catálogo bien hecho que un pasar a la posteridad como la Martha Stewart de la Escuela de Artes Plásticas. Las listas de prioridades ajenas son algo que mi nerdura natural nunca terminará de comprender.

Así, pues, más cagada que una jaula de perico, Lachi nuevamente se pregunta porqué eligió estudiar manualidades y no algo que sonara más a carrera universitaria, algo con lo que mi difunto padre le hubiera podido rajar a sus amigos, algo que no sonara a DJ de discomóvil.

En todo caso, los invito a todos a la exposición del próximo 1 de diciembre en el vestíbulo de la facultad de Artes Plásticas. Por lo que pude inferir de los correos de mis colegas, ellos jamás han probado ni el arroz ni los frijoles, sólo comen de pato al orange para arriba, así que, si les gusta la Fanta Naranja pero transportada en vehículos especiales, esta es la oportunidad de degustarla.