24.3.07

Vislumbres de la India, de Octavio Paz

¿Alguien lo ha leído?

Antes que pierda el pedazo de Teleguía donde hice mis primeras anotaciones, esbozo los primeros “ensayos” de mi futuro ensayo sobre esta obra.

En los años cincuentas, Octavio Paz funge como diplomático del gobierno Mexicano. Es en 1947, gracias a la recién conquistada independencia india que México establece relaciones con ese país, necesitando entre otros, a un segundo secretario en su embajada. Este cargo es asignado a Paz.

Con la descripción de su vida hasta ese momento como residente en París, el viaje que lo llevará hasta Delhi y los pormenores dentro de la diplomacia, el autor comienza a descifrar los rasgos más sobresalientes de la India, sus particularidades culturales, sociales, históricas así como su complejidad, intentando ayudar a entender un país marcado por la diversidad y el contraste.

Es notable dentro de sus primeras acotaciones, la descripción de una serie de analogías entre el paisaje indio y el paisaje y contexto mexicanos, dando la premisa que la historia se forja sobre ejes comunes indistintos del área geográfica.

Conforme se avanza en la lectura, Paz adquiere un acento casi didáctico. El autor, desde su formación, intenta explicar al occidente la complejidad que suponen para sí, las diferencias y concepciones propias de la India, para aquellos que crecimos con su misma visión de mundo. Él busca ser una especie de traductor para aquel sesgado por la estructura de pensamiento cristiana/occidental.

Octavio Paz también se ocupa de las afinidades literarias de sus personajes, describiendo el acervo cultural que los influenciaba.

Como otros escritores, entre ellos Eduardo Galeano o Yadira Calvo, Vislumbres de la India tiene el rigor y el aval de la investigación objetiva pero matizada con la prosa de quien se dedica a la literatura y la poesía.

18.3.07

arte conceptual + (be) rrinche : Landings 4

Prólogo. La semana pasada una nueva empleada fue contratada en mi trabajo. Mi deber era supervisarla. Luego de una pequeña charla inductiva todo parecía estar claro y de ahí en adelante, aquello era cuestión de seguir instrucciones muy sencillas, propias de la labor de un dependiente. Días después, quedaba claro que la muchacha no gozaba de todas las aptitudes para el puesto. En franca vagabundería, evadía la razón principal para la cual fue contratada, atender clientes, y recargaba sus funciones en otras personas. Yo por una hendija de la puerta la observaba haciendo sus toques o más bien, sus omisiones. Luego, ya no necesité esconderme, ya que monda y lironda le daba igual que la contemplara en el esplendor de su desobediencia. La gota que derramó el vaso fue cuando un día, por un lapso de quince minutos no entró ningún cliente y durante ese tiempo, conversaba alegremente bien sentada con otra compañera. No fue hasta que entraron unos potenciales clientes por la puerta, cuando nuestra heroína agarraba su carterita de cosméticos y salía en pronta carrera hacia el baño. Por supuesto, cuando salió, le llamé la atención y le hice ver que noté que ella había pasado largo rato ociosa y no fue sino hasta que se avecinaba algo de trabajo cuando casualmente se le ocurrió irse. “Es que yo padezco de incontinencia”, me dijo. Furiosa con el dudoso pretexto pero tratando de conservar la cordura, repliqué, “¿y la incontinencia también hace que usted atienda mal a los clientes?”. Ignorando todos los acontecimientos que precedieron ese incidente, una muchacha que observaba cosas en las vitrinas no pudo contener mirarme con ojos de reprensión, ya que en ese momento confirmé al horrible ogro que todos los jefes llevamos dentro, incapaz de compadecerse de la condición médica de una pobrecita empleada.

Ese instante resumió la relatividad de cómo vemos los sucesos, donde se da por un hecho el rol que estereotipadamente todos representamos en la vida, según el camino que hayamos elegido o que nos tocó.

El arte se supone es la herramienta que permite decir y hacer cosas en un lenguaje novedoso. Lo idóneo es que lo que se diga o haga, no corresponda a lo convencional y al lugar común, porque de eso hay demasiado. Landings 4 es la nueva exposición del MADC. Corresponde a un ciclo de muestras que agrupan diferentes artistas de Centroamérica y México. Landings, en inglés tiene una página en internet llamada www.landingsprojects.com, también en inglés.

Landings 4 es la versión número millón doscientos del llanto. La empatía con el mensaje quejumbroso en el arte no creo que sea una exclusividad latinoamericana, pero ciertamente parece ser el estandarte más cómodo cuando se quiere decir algo con aparente determinación.

En algún momento de la historia del arte costarricense, representar el entorno, como en los grabados y óleos de corte costumbrista, dejó de ser deseable. Dicen que era un arte que satisfacía a una clase privilegiada. Pero atrás quedaron esos tiempos y ahora la denuncia es la moda. Muy a pesar de la sofisticada onda conceptual y la atmósfera de élite intelectualoide, en el universo local del arte, donde Estados Unidos encabeza la lista de demonios, irónicamente todo es equiparable una tonta película de Hollywood, reduciendo las relaciones humanas a un puñado de malvados y otro tanto mayor de víctimas oprimidas. Ahora es otra clase la que se regodea.

Hay en una de las salas, la número 4, una obra de tipo escultórico. Una plataforma rectangular, emula una maquila, con unos muñequitos muy corrongos, cada uno con una maquinita overlock divina. Están dispuestos en filas y bloques. Separando estos últimos, un espacio vacío con una miniatura que representa a un supervisor. En una zona relativamente alejada de esa obra hay un monitor, y ahí, puede observársele.

No niego que está ingenioso el detalle de la cámara y que los bichitos esos son muy lindos, pero la moraleja de su mensaje me parece una reverenda mierda. El control y las reglas son necesarios para la eficiencia. Esos mismos que defienden acérrimos los derechos del proletario, humillado y vejado por su patrón, son los mismos que después hacen un blog y mandan cartas a la columna en La Nación para quejarse no sólo de ese insolente obrero que tuvo la osadía de maltratarlos, sino del mediocre administrador que no los pone en su lugar. ¿Entonces, en qué quedamos?

El anterior es sólo un ejemplo de cómo los panfletillos o disertaciones de trovador setentero, se pretenden hacer pasar por obras de arte con mensajes transgresores. Hace falta examinar objetivamente lo que se quiere decir, para no incurrir en el mismo error del cual se acusa al enemigo, sólo que desde la óptica del bando contrario.

Desde la subjetividad de mi gusto y la queja a estarse quejando constantemente, aclaro que no deseo exposiciones con exclusividad de mensajes lindos y positivos. Mi indignación proviene del hecho de ver, que toda la denuncia que ha llegado hasta mí últimamente, es parcializada y torpe. Si de deprimirse se trata, encuentro más encantador el pesimismo descorazonador puro, llano y simple, sin culpables.












16.3.07

Samsara

El curso de arte oriental demanda hacer una crítica de Samsara (2001), película india dirigida por Pan Nalin.

Samsara, según el Diccionario de la Real Academia, se designa como el “ciclo de transmigraciones o de renacimientos, causados por el karma”.


Puede contener detalles reveladores del argumento

Tashi, un joven lama, tras un período de aislamiento retoma la vida en el mundo exterior. En este mundo se enfrenta a dos realidades paralelas, una, la vida religiosa regida por claras normas y la otra, la existencia cotidiana de corte más mundano. Con el despertar sexual del joven, surge el detonante de una serie de cuestionamientos hacia el destino previamente trazado para él como parte de una comunidad religiosa. De repente, la espiritualidad se confronta a lo terrenal, sin que haya un punto intermedio de convivencia.

La película intenta desmitificar la religión ahí representada, proponiendo un personaje más humano, curioso, capaz de dudar o rebelarse. Èl finalmente se decanta por abandonar el monasterio e inicia una nueva existencia como agricultor, junto a una esposa y más tarde un hijo.

La curiosidad por lo que no se tiene a la total disponibilidad parece ser la constante en el relato. En algún momento, Tashi va con su suegro a la ciudad y este regresa lleno de vestimentas y accesorios modernos, relativamente ajenos al poblado donde ellos habitan. Lo que no se conoce, parece ser un imán exótico que deslumbra por novedoso.

La mujer parece ser el elemento de discordia y tentación, especie de desencadenante que altera el orden establecido. Así, luego de saciar la atracción que la enigmática inmigrante india y empleada de su esposa, despertó en él, Tashi, revierte sus cuestionamientos al impulso inicial que lo empujó a seguir una vida laica, dudando nuevamente y preguntándose si el camino que eligió era el correcto. Así, el ciclo parece repetirse una y otra vez, siendo la vida de Tashi un ejemplo de cómo el peregrinaje por las diferentes etapas de la vida y la experiencia, inevitablemente terminan siempre justo donde comenzaron. Sin embargo, cabe destacar que en Samsara, para el personaje principal lo anterior no se intuye como un proceso natural o aceptable. Tashi, es incapaz de decidir cuál es el rumbo correcto y satisfactorio, viéndose atormentado por la culpa y la indecisión.

Es quizá el karma, propio del Samsara.