Prólogo. La semana pasada una nueva empleada fue contratada en mi trabajo. Mi deber era supervisarla. Luego de una pequeña charla inductiva todo parecía estar claro y de ahí en adelante, aquello era cuestión de seguir instrucciones muy sencillas, propias de la labor de un dependiente. Días después, quedaba claro que la muchacha no gozaba de todas las aptitudes para el puesto. En franca vagabundería, evadía la razón principal para la cual fue contratada, atender clientes, y recargaba sus funciones en otras personas. Yo por una hendija de la puerta la observaba haciendo sus toques o más bien, sus omisiones. Luego, ya no necesité esconderme, ya que monda y lironda le daba igual que la contemplara en el esplendor de su desobediencia. La gota que derramó el vaso fue cuando un día, por un lapso de quince minutos no entró ningún cliente y durante ese tiempo, conversaba alegremente bien sentada con otra compañera. No fue hasta que entraron unos potenciales clientes por la puerta, cuando nuestra heroína agarraba su carterita de cosméticos y salía en pronta carrera hacia el baño. Por supuesto, cuando salió, le llamé la atención y le hice ver que noté que ella había pasado largo rato ociosa y no fue sino hasta que se avecinaba algo de trabajo cuando casualmente se le ocurrió irse. “Es que yo padezco de incontinencia”, me dijo. Furiosa con el dudoso pretexto pero tratando de conservar la cordura, repliqué, “¿y la incontinencia también hace que usted atienda mal a los clientes?”. Ignorando todos los acontecimientos que precedieron ese incidente, una muchacha que observaba cosas en las vitrinas no pudo contener mirarme con ojos de reprensión, ya que en ese momento confirmé al horrible ogro que todos los jefes llevamos dentro, incapaz de compadecerse de la condición médica de una pobrecita empleada.
Ese instante resumió la relatividad de cómo vemos los sucesos, donde se da por un hecho el rol que estereotipadamente todos representamos en la vida, según el camino que hayamos elegido o que nos tocó.
El arte se supone es la herramienta que permite decir y hacer cosas en un lenguaje novedoso. Lo idóneo es que lo que se diga o haga, no corresponda a lo convencional y al lugar común, porque de eso hay demasiado. Landings 4 es la nueva exposición del MADC. Corresponde a un ciclo de muestras que agrupan diferentes artistas de Centroamérica y México. Landings, en inglés tiene una página en internet llamada www.landingsprojects.com, también en inglés.
Landings 4 es la versión número millón doscientos del llanto. La empatía con el mensaje quejumbroso en el arte no creo que sea una exclusividad latinoamericana, pero ciertamente parece ser el estandarte más cómodo cuando se quiere decir algo con aparente determinación.
En algún momento de la historia del arte costarricense, representar el entorno, como en los grabados y óleos de corte costumbrista, dejó de ser deseable. Dicen que era un arte que satisfacía a una clase privilegiada. Pero atrás quedaron esos tiempos y ahora la denuncia es la moda. Muy a pesar de la sofisticada onda conceptual y la atmósfera de élite intelectualoide, en el universo local del arte, donde Estados Unidos encabeza la lista de demonios, irónicamente todo es equiparable una tonta película de Hollywood, reduciendo las relaciones humanas a un puñado de malvados y otro tanto mayor de víctimas oprimidas. Ahora es otra clase la que se regodea.
Hay en una de las salas, la número 4, una obra de tipo escultórico. Una plataforma rectangular, emula una maquila, con unos muñequitos muy corrongos, cada uno con una maquinita overlock divina. Están dispuestos en filas y bloques. Separando estos últimos, un espacio vacío con una miniatura que representa a un supervisor. En una zona relativamente alejada de esa obra hay un monitor, y ahí, puede observársele.
No niego que está ingenioso el detalle de la cámara y que los bichitos esos son muy lindos, pero la moraleja de su mensaje me parece una reverenda mierda. El control y las reglas son necesarios para la eficiencia. Esos mismos que defienden acérrimos los derechos del proletario, humillado y vejado por su patrón, son los mismos que después hacen un blog y mandan cartas a la columna en La Nación para quejarse no sólo de ese insolente obrero que tuvo la osadía de maltratarlos, sino del mediocre administrador que no los pone en su lugar. ¿Entonces, en qué quedamos?
El anterior es sólo un ejemplo de cómo los panfletillos o disertaciones de trovador setentero, se pretenden hacer pasar por obras de arte con mensajes transgresores. Hace falta examinar objetivamente lo que se quiere decir, para no incurrir en el mismo error del cual se acusa al enemigo, sólo que desde la óptica del bando contrario.
Desde la subjetividad de mi gusto y la queja a estarse quejando constantemente, aclaro que no deseo exposiciones con exclusividad de mensajes lindos y positivos. Mi indignación proviene del hecho de ver, que toda la denuncia que ha llegado hasta mí últimamente, es parcializada y torpe. Si de deprimirse se trata, encuentro más encantador el pesimismo descorazonador puro, llano y simple, sin culpables.
18.3.07
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8 comentarios:
Puta, tiene tanta razón ese escrito que pusiste al inicio.
Uno se podrá quejar de los jefes hasta que es uno, y luego se da cuenta de que cosas o actitudes eran verdaderamente necesarias y que otras eran simplemente por hijueputa.
Es que es tan molesto cuando alguien opina (o se crea una opinión) sin saber (y para eso si que somos buenos los ticos)... eso de perder el contexto...
¡Saludos!
A uno siempre lo traicionan los prejuicios, pero para eso se entrena y se estudia. Hay propuestas en el arte, tan pero tan pretenciosas y en el fondo, sólo reafirman clichés.
Nunca dijo si echó a la echada o no.
Por supuesto que la despedí. Después de nuestra conversación del tema del baño, le dije que se retirara y fin.
En el trabajo prima lo práctico.
Claro, de ahí proviene lo del berrinche.
En todo caso ya tengo un reemplazo bastante decente. La escogí sin experiencia para amoldarla a mi imagen y semejanza. :D
dos cosas.
Hay resultados artísticos que son muy limpios pero que sólo los verías por morbo o por curiosidad. O sea, que lo que dice no te gusta. Para todos hay gustos.
Lo segundo, decir que algo es malo porque no te gusta es pecar de ignorante, una cosa es que la obra de las maquilas fuera mala y otra muy distinta es que no te guste.
Dónde está tu obra ?
Esa obra tiene cualidades y defectos. Evidentemente mi formación y mi experiencia, no precisamente mi gusto, me permiten confrontarla. Sus virtudes radican en la forma, es decir, el montaje o la efectividad con que el discurso del artista se transmite al espectador. Su defecto es de fondo. El mensaje en sí mismo es tradicional, complaciente, parcializado. Si tengo que sopesar ambos, pues el concepto tiene prioridad y eso pone en desventaja a esta obra.
Algunas de mis obras las puede ver en este mismo blog y han estado expuestas en varias galerías nacionales.
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