23.3.08

El gran mito: caída y redención del alma divina

En el principio, luz y oscuridad, bien y mal, Dios y materia permanecían divididas por una frontera. Padre de la grandeza versus Príncipe de las tinieblas. Este último se vio forzado a moverse hacia los territorios del Padre y al ver la luz quiso conquistarla. El Padre lo combate proyectándose en “Madre de la vida” que a su vez se proyecta en “Hombre primordial”. Este va hacia la frontera con sus cinco hijos a enfrentarse a las tinieblas y es vencido y sus hijos devorados. Esta derrota señala el comienzo de la “mezcla” cósmica, pero asegura al mismo tiempo el triunfo final de Dios. La oscuridad (la materia) posee ahora una porción de luz, es decir, una parte del alma divina, y el Padre, al preparar su liberación, dispone de todo lo necesario para su victoria definitiva sobre las tinieblas.

En una segunda creación, el Padre “evoca” el Espíritu vivo que va a la oscuridad y lleva al Hombre primordial de nuevo hacia la luz. Abatidos los arcontes demoníacos, el Espíritu modela la naturaleza con su “cuerpo” y fluidos. Ejecuta una primera liberación de la luz creando el sol, la luna y las estrellas.

En una tercera evocación proyecta al “Tercer Mensajero”, quien organiza el cosmos como una especie de máquina destinada a extraer las partículas de luz aún cautivas, explicándose esto a través de las fases de la luna. Queda la luz que fue engullida por los demonios. El mensajero se muestra a los demonios según sea el caso como una virgen o un joven desnudo (interpretación sórdida, “demoníaca”, de la naturaleza andrógina del mensajero celeste). Inflamados de deseo, los arcontes masculinos desparraman su semilla y, con ella la luz que habían engullido. Al caer en la tierra, su semilla hace brotar todas las especies vegetales conocidas. Las diablesas, que ya estaban embarazadas, al ver al hermoso joven, abortan, los fetos, al caer en tierra, comen los brotes de los árboles y de este modo asimilan la luz que estos contenían.

Alarmada por la táctica del tercer mensajero, la materia, personificada en la “Concupiscencia” decide crear una cárcel más segura en torno a las partículas de luz que aún permanecen cautivas. Dos demonios, uno macho y otro hembra, devoran todos los fetos abortados para absorber la totalidad de la luz y luego se emparejan. De este modo son engendrados Adán y Eva. Nuestra especie nace por una serie de actos repugnantes y de canibalismo y sexualidad. Conserva los estigmas de este origen diabólico: el cuerpo, que es la forma animal de los arcontes; la libido, deseo que impulsa al hombre a emparejarse y reproducirse, es decir, conforme al plan de la materia, a mantener indefinidamente en cautividad al alma luminosa que transmite, “trasvasa”, la generación de cuerpo en cuerpo.

Pero ahora, la mayor cantidad de luz se encuentra recogida en Adán quien es junto con su descendencia, el objeto principal de la redención. Se repite el argumento escatológico: Adán, envilecido sin conocimiento es despertado por el Salvador mediante el conocimiento y este se libera de las tinieblas. Lo mismo que en los restantes sistemas gnósticos, la liberación abarca tres etapas: el despertar, la revelación de la ciencia salvadora y la anamnesis.

Este argumento pasa a ser el modelo de toda la redención por la gnosis, presente y futura. Hasta el fin del mundo, una parte de la luz se esforzará por “despertar” y, en última instancia, por liberar a la otra parte, cautiva en el mundo, en el cuerpo de los hombres y de los animales y en todas las especies vegetales. Cada niño que viene al mundo no hace otra cosa que prolongar el cautiverio de una partícula divina.

En “el tercer tiempo” una especie de apocalipsis, se define la separación de las dos sustancias, pues la oscuridad jamás podrá irrumpir en el reino de la luz.


No es un guión para la siguiente película inspirada en las crónicas de Narnia, no es un guión para la Heavy Metal, es el mito de la creación según el maniqueísmo.

En Historia de las creencias y las ideas religiosas, Mircea Eliade, Tomo II.

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